5 de abril de 2011

Adolfinho



Los patos pueden ser muy crueles. Seres de inquietante moralidad, juzgan a sus semejantes de manera severa. No dejan lugar al error, al perdón del que lo comete. Malditos sean los patos.

Todo comenzó en la pubertad aviar. Nuestro buen amigo Adolfinho jugaba con sus amigos, y claro, estando en la edad que estaba, veía porno... mucho porno. Eran felices, disfrutaban, reían. Pero todos crecemos, y nuestro buen Adolfinho desarrolló sus propias ideas sociales y políticas. Abandonó a algunos de sus amigos, por no ser patos puros. Algunos eran patopollas patopollos, medio patos, medio pollos. En los ojos de Adolfinho el mestizaje no era algo bueno. Eran basura que ensuciaba a su especie y, ¿quién no piensa igual que él? Seamos realistas, esos patos diferentes son aterradores, engendros. Adolfinho sentía miedo, porque algunos se reían de él, y cuando eran felices, segregaban.
Estaba harto.
Pasaron los años y fue a la universidad. Conoció a una hermosa pata, pero descubrió que su familia era partidaria de los patopollos. Colérico, febril de ira, Adolfinho decidió entrar en el club de debate. Muchos patos radicales le apoyaban, y su fama aumentó según pasaban los días.
- A esos putos patopollos hay que castrarlos - decía.
- ¡Pero entonces morirían! - le contestaban algunos.
- ¡Lo que sea necesario, se hará! No podemos consentir más tiempo que engendros así anden por la calle. Son una ofensa para la vista. Ni siquiera cuando llevan gafas de sol (que es como si estuvieran censurados) son dignos de nuestros ojos puros...
Con el tiempo, y apoyado (no de forma obscena) por sus seguidores, participó en conferencias, charlas, y difundió sus ideas entre las gentes de su ciudad.
Un año después, Adolfinho alcanzó la alcaldía, y empezó a ejecutar su plan. En las calles los patopollos huían, gritaban. Algunos eran capturados, otros morían allí mismo, castrados. Al ver escenas de crudeza tal, los otros patopollos vomitaban (¿quién no?), y ver como quedaban las calles, enfurecía más aún a Adolfinho.
Pasaron los años, y los campos de concentración estaban repletos de esa "subespecie", como los llamaban los puristas. Pero cada día que pasaba se reducía su número. Cada día que pasaba, la especie pura se imponía hasta quedar libre de todo engendro.

*      *      *

Sin embargo, el tiempo pasó. Adolfinho se había retirado de la política, y disfrutaba de unos días sosegados, leyendo y cuidando de su mujer embarazada. Pasaron tres meses y su hijo, ese hijo tan deseado, nació. Su hijo, su adorado hijo, el más puro entre los puros. Era el llamado a continuar un linaje sin igual... pero le salió patopollo...

FIN (de semejante... digamos, relato)

1 comentario:

  1. joe! cómo me gusta! Adolfinho, eh? Arriba los patopollos!(Judit)

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